Ella







Me desperté con los primeros rayos de sol. La luz penetraba por la ventana de mi habitación e hizo me tuviera que rascar los ojos. Acto seguido, estiré los brazos y noté como la parte derecha de mi cama estaba vacía y fría.

Suspiré.

La angustia por creer que me había vuelto a dejar solo se apoderó de mi por un instante. El simple hecho de pensar que cada vez que sus labios rozaban los míos ella desaparecería a la mañana siguiente, me hacía sentir vulnerable. Sin embargo, aquel amanecer de un otoño mojado, oí el ruido de la cafetera. Una sensación de alivio me recorrió el cuerpo.Me incorporé y busqué por la habitación, mis pantalones. La noche anterior los había lanzado a cualquier dirección con un grácil movimiento de pierna mientras la cargaba a ella rodeada a mi. Una vez vestido, salí hacia la cocina y apagué el fuego que daba vida a la cafetera. En ese mismo instante, me quedé totalmente sin respiración.

Y allí, no mucho mas lejos de mi, estaba ella. Fuera en las escaleras de incendio con su castaño pelo revuelto de habernos amado tan salvajemente la noche anterior. Una fina blusa blanca  de tirantes decoraba su pequeño torso y en la parte de abajo, tan solo unas bragas que dejaban al descubierto parte de su trasero. Lo más impactante era su mirada. Perdida entre el horizonte mientras con un gesto seminconsciente se llevaba a la boca un cigarro. Aquella estampa me pareció la más hermosa que jamás podría contemplar. La mujer de mis sueños, era ahora, la mujer de mis despertares. Supe que la amaría con cada fibra de mi piel. Aquella mujer, tan capaz de salvarse a ella misma y a mí con tan solo mirarme. Libre, muy suya, salvaje, como si de un lobo se tratase. Reina de mis ojos y mis pensamientos.


Y entonces se giró y me miró. Mientras se colocaba el pelo detrás de la oreja izquierda, esbozó una media sonrisa. De pronto supe lo que aquel gesto me decía, sin tan siquiera palabras. Lo supe.




Por fin se había quedado.

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